La muerte de un personaje genial nunca es una retirada absoluta porque su obra no le permite irse del todo.

Hoy toca a Umberto Eco, un grande del pensamiento, de las letras, y un combatiente de la política torcida, fallecido este 19 de febrero en Italia, su tierra natal.

A este generador de buenas ideas y acciones congruentes lo leímos en las conjeturas medievales del monje William de Baskerville y su discípulo, el novicio Adso de Melk, en El nombre de la rosa, su libro más conocido (con más de 50 millones de ejemplares vendidos) y en su última novela, Número Cero (2015), donde señala al periodismo sucio, la corrupción y los desmanes de la política. Criticó los excesos de Silvio Berlusconi y en el 2002 se unió a la asociación Libertad y Justicia, para dar sentido positivo a la insatisfacción que crece hacia la política. El eco de Eco resuena en los oídos sordos de muchos políticos.

La visión de Eco es tan vigente como universal; es inspiración para exponer a los patéticos políticos mexicanos. Misión urgente ante el diagnóstico gravísimo de los propios datos oficiales: contundente, el informe de la Auditoría Superior de la Federación de la Cuenta Pública del 2014, presentado por el titular, Juan Manuel Portal, a la Cámara de Diputados. La recuperación de 6,161 millones de pesos contrasta con los 42,702 millones que quedan por aclarar por presuntas irregularidades detectadas. Estos datos revelan total impunidad e inexistencia del Estado de Derecho, al no existir transparencia en el manejo del dinero público.

Preocupa que los gobernantes hayan extraviado el pensamiento, ignoren el bien común y hagan del dinero público su dominación privada. Entre las áreas de mayor riesgo se considera el deficiente diseño de políticas públicas, la carencia de un padrón único de beneficiarios de programas sociales, la falta de información pública sobre las obligaciones financieras del Estado, la duplicación de programas, los subejercicios y los servicios no prestados, la débil incorporación de tecnologías de información en el gobierno y, en general, las malas prácticas administrativas y financieras que afectan la eficiencia y propician el uso indebido de recursos. ¿Así o más claro?

Una res publica o república es el buen manejo de la “cosa pública” —dinero, facultades y recursos— en forma pública, clara y transparente. El ocultamiento y falta de rendición de cuentas es despotismo.

Desconfianza indignante

Murió Umberto Eco. ¿Morirá también la República Mexicana? Lo único que justifica al poder público es su uso en favor del bien común de la población, pero en México domina el abuso del poder en favor de intereses individuales. Para resarcir las ofensas recibidas, los mexicanos deben tener conocimiento sobre sus dineros y gestión de sus servidores públicos. La transparencia y rendición de cuentas no bastan para recuperar la confianza de millones de mexicanos decepcionados por la simulación del poder despótico. Es momento de abandonar el sistema de simulación constitucional y que el Congreso de la Unión legisle leyes para el bien de la gente.

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