Peligrosa apatía juvenil

México está por alcanzar el punto máximo de su bono demográfico y, sin embargo, no se ve que los jóvenes estén ejerciendo su poder. En su mayoría, los más de 31 millones de mujeres y hombres de entre 15 y 29 años de edad no encuentran incentivos, motivaciones ni cauces para asumir el rol protagonista que les corresponde para el desarrollo y progreso del país.

Particularmente, en el escenario político la participación juvenil es la excepción, no la regla. En las contiendas electorales, personalidades como la de Pedro Kumamoto, joven de 25 años convertido en el primer diputado mexicano independiente, son inusuales. Como dato de coyuntura, la edad promedio de los candidatos que acaban de contender por los gobiernos de Coahuila, Estado de México y Nayarit, es de 53 años.

Del lado de la sociedad civil, se registran pocos movimientos políticos juveniles; el “Yo soy 132” es caso aislado. Es efecto, la inapetencia política juvenil es tendencia mundial, pero no deja de preocupar que en México los jóvenes sean hoy el grupo social con menor participación electoral. No hay visos de aquellas inquietudes que en el 68 cimbraron a muchos países, incluido el nuestro, ni algo parecido a los pacifistas opositores a la guerra en Vietnam, a las juventudes comunistas en Chile o, más recientemente, a los protagonistas de la primavera árabe o los indignados en España.

El Índice Nacional de Participación Juvenil 2015-2016 (iniciativa de la asociación civil Ollin, Jóvenes en Movimiento) reconoce que, en materia política, México enfrenta dos fenómenos preocupantes: primero, las tasas de abstencionismo de jóvenes que superan 40% en elecciones federales y el rechazo de más de la mitad de ellos a involucrarse en los principales procesos democráticos del país. En segundo término, destaca la falta de oportunidades para que este sector acceda a cargos de elección popular. En la actual Cámara de Diputados apenas hay 24 diputados jóvenes (5%); 2% menos que en la legislatura anterior.

En una entrevista publicada hace unos días en El País, Enrique Krauze puso el dedo en la llaga al asegurar que los jóvenes son los grandes ausentes del escenario político mexicano. Dejando de lado a los mirreyes, a quienes considera una clase detestable de señoritos enamorados de sí mismos, el historiador mexicano reconoce que hay otro segmento de jóvenes hartos y asqueados de la corrupción, de la incertidumbre y de la falta de oportunidades y canales de participación. Sin embargo, dice Krauze, tal insatisfacción no les alcanza para despertar ánimos revolucionarios o para construir “algo vertebrado”.

PODERÍO LATENTE

Por ley de vida, las generaciones jóvenes están llamadas a relevar -y ojalá a superar para bien- a las que las preceden. Pero en este momento histórico, la política nacional no admite la indiferencia de los jóvenes.

Por su dimensión y peso específico es poderosísima; solo por la cantidad de votos potenciales, esa juventud -divino tesoro- está en posibilidad de elegir al próximo presidente de México. Si así lo quisieran, estas mujeres y hombres de edad juvenil definirían el rumbo nacional en el 2018. ¿Habrá adultos que estratégicamente detonen ese poder?


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