¿Es posible un mundo sin ideologías?

El pensamiento siempre precede a la acción. Sin embargo, los políticos de hoy parecen abandonar el pensamiento para atenerse a un mero pragmatismo primitivo y, por tanto, vacío.

El 2018 quedaremos saturados de política partidista y de discursos vacíos de reivindicación sectorial, de ataques superficiales y de debates en torno a posiciones (reparto de cargos y nombramientos como si se tratara de un botín de guerra). Como hemos experimentado en las últimas décadas, “las ideas brillarán por su ausencia”. Se discutirán posiciones, pero no ideas; se hablará de política, pero no de Estado. Para los políticos de hoy, ni las ideas ni las instituciones constituyen un buen gancho para el marketing, pero ¿podemos seguir haciendo política basados exclusivamente en el pragmatismo partidista primitivo, sin ideas ni ideales?

A cien años de la Revolución Rusa de 1917

Este año 2017 que termina celebramos el centenario de la Revolución Rusa de 1917, que tuvo como resultado el triunfo del partido bolchevique y la instauración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Conmemoración que es motivo para debatir acerca del papel que han jugado y que pueden jugar en un futuro las ideologías.

La ideología en sentido amplio es una estrategia del lenguaje, que busca crear atmósferas de significados y referencias de orden mental a través de la colocación de frases, imágenes y palabras, que dan un nuevo sentido a la realidad; por ejemplo, en la Revolución Rusa, expresiones sacadas de la doctrina marxista, como igualdad en la distribución de la riqueza, justicia plena o liberación del proletariado (redención), fueron claves para crear un sistema de ideas e imágenes, es decir, un lenguaje, con el cual se justificaba toda acción política. A partir de la Segunda Guerra Mundial y hasta finales del siglo XX, las ideologías dominaron el debate político ofreciendo al mundo dos posibilidades: la que ofrecía la izquierda marxista (especialmente la encarnada por el socialismo de la URSS) o la que nos presentaron las democracias capitalistas occidentales de corte liberal (encabezadas por EU y la OTAN).

Este esquema entró en crisis a finales de la década de los noventa del siglo XX y principios del siglo XXI. Primero, con el desmembramiento de la antigua URSS (Rusia y sus satélites en Europa Oriental) y, después, con el aparente triunfo del mundo sin ideologías, caracterizado por su sentido práctico, sin complicaciones filosóficas, moderno, científico y tecnológico, dando inicio así al mundo de la globalización.

Francis Fukuyama, filósofo estadounidense, escribió un libro a finales del siglo XX en el que cantaba la victoria de ese “mundo sin fantasmas ideológicos” en un sugerente libro titulado El fin de la Historia y el último hombre en el que sostenía el abandono del esquema ideológico para asumir la praxis del mercado global.

Por su parte, Norberto Bobbio señaló por entonces que estábamos en presencia de una suerte de transversalismo ideológico, pues habiendo llegado a su fin el socialismo creado por la Revolución rusa, es decir, la izquierda, ¿qué razón de ser tenía una derecha? ¿Cuál es el referente de una posición binaria faltando uno de sus elementos? ¿Habíamos llegado a esa muerte de las ideologías de la que unos años antes había hablado Daniel Bell en su extraordinario ensayo La crisis del capitalismo?

El pragmatismo del mercado

En el terreno del Derecho, la globalización dejó tras de sí un Estado debilitado, sin demasiadas posibilidades económicas ni políticas de sostener alguna ideología que pusiera en aprietos al poderoso mercado internacional. Su expresión más acabada es el llamado Derecho suave o Soft Law, que es un conjunto de reglas de contenido económico, técnico y comercial, creado en el seno de las grandes organizaciones privadas, como el Foro Económico Mundial, las organizaciones mundiales de certificación y estandarización de calidad (ISO) o la Cámara del Comercio Internacional, entre otras. Por su parte, Fitzmaurice afirmó que ese Derecho suave (suave por oposición al Derecho fuerte emanado de los Parlamentos o Congresos nacionales denominado Hard Law) es uno de esos fenómenos jurídicos que se mueve en los linderos de los deberes y las obligaciones, o del derecho y los principios (Fitzmaurice, International Protection of the Environment, 2001), es decir, un sistema regulatorio suave que, no siendo derecho fuerte de orden público, termina por tener a veces mayor peso que éste.

Fluidez, liquidez, volatilidad, son las características de ese pragmatismo desarraigado del mercado privado y carente de compromisos formales con el bienestar social, con los derechos humanos o con todo aquello que se salga de los márgenes regulatorios establecidos por las grandes organizaciones del mercado. A este propósito, el sociólogo polaco Zygmut Bauman señalaba con todo acierto que hasta hace medio siglo, más o menos, las ideologías, por así decirlo, envolvían al Estado y a los intereses y fines fijos de este. Las ideologías de hoy envuelven más bien la ausencia del Estado… (Bauman, Estado en crisis. Paidós, México, 2016).

Por ello resulta importante revisar si ese pragmatismo regulador del mercado sigue teniendo sentido o ha generado algún tipo de desventaja para la política y el Estado.

La indignación: ¿una ideología?

El esquema de la muerte de las ideologías y el triunfo del pragmatismo político también entró en crisis con motivo del colapso financiero internacional iniciado en Estados Unidos en 2007, el cual fue repercutiendo expansivamente en el mundo hasta llegar a la gran crisis financiera en 2011.

Lo que se produjo fue una crisis de ese mundo global sin ideologías, ni discusiones acerca de la naturaleza de la política o de la economía. Fue entonces cuando tuvo lugar en España un fenómeno que agrupó a grandes grupos de personas pertenecientes sobre todo a las clases medias más afectadas por la crisis financiera y la consecuente caída del poder adquisitivo y del empleo al que se conoce como Movimiento de los Indignados.

La indignación es un sentimiento compartido de injusticia, de marginación, de frustración y de engaño. Ciertas preguntas parecen motivar este Movimiento en sus acciones: ¿dónde estuvo el Estado mientras el mercado hacía de las suyas? o más aún: ¿dónde estuvieron los políticos mientras las grandes organizaciones privadas del mercado se enriquecieron sin ninguna traba legal que protegiera los bienes comunes de la gente?

En este contexto los culpables eran: los políticos. Políticos con o sin cargo de elección popular, es decir, queda ahí incluido todo el aparato burocrático del sector gubernamental público que, al parecer, según la versión de los indignados, estaban demasiado distraídos en sus propios intereses de élite, casta o grupo para pelear por el poder.

México no es excepción. Gran parte de la sociedad mexicana reclama justicia, no a partir de los principios de una ideología concreta ni unitaria -como el entonces socialismo de la URSS o el fascismo de los años cuarenta del siglo XX-, sino a partir de un sentimiento de indignación que parece unir a la gente. Por eso no es de extrañar que se estén produciendo alianzas o coaliciones de partidos políticos que, desde el punto de vista ideológico, son opuestos. Ante la obsesión de su supervivencia, y a pesar de su incompatibilidad, vemos crearse coaliciones o Frentes de partidos políticos de izquierda con partidos de derecha, dando lugar a grupos políticos, aparentemente sin ideología, pero con excesivo pragmatismo primitivo. Pero eso no es más que aparente, pues la mayoría de los partidos han descubierto la atractiva potencialidad de la indignación social para convertirse en voto masivo. Por ello hoy todos los aspirantes y candidatos a las #Elecciones2018 parecen querer deslindarse de la política tradicional de los partidos y aparecer como los portavoces “pseudo-ciudadanos” de la indignación.

¿México sin ideologías?

El pensamiento siempre precede a la acción. Sin embargo, los políticos de hoy parecen abandonar el pensamiento para atenerse a un mero pragmatismo primitivo y, por tanto, vacío. Pero ¿cómo prometerle o garantizarle a los indignados que no habrá más involución, engaño, injusticia, inseguridad y pobreza en su agravio?

La única forma de lograr un verdadero cambio social es a través de la institucionalización de la política, pues es el mejor vehículo que hemos construido los seres humanos para debatir ideas con orden, respeto y tolerancia. Más allá de los espacios creados exprofeso para debatir, está la calle, donde también es posible participar por medio de la opinión; pero la opinión (pública) como sostiene Friedrich A. Hayek, corre el grave riesgo de venir determinada exclusivamente por la praxis y el marketing político, es decir, por frases hechas y lugares comunes y no por ideas basadas en estudios y en deliberaciones profundas y serias.

De ahí la importancia de recuperar las ideas políticas, antes de asumir la praxis partidista. Me refiero a aquellas ideas que constituyen la plataforma ideológica de un partido o a las que son resultado del estudio de las tendencias regulatorias en el mundo actual. Sin ideas es imposible que se produzca un verdadero debate político. A lo mucho, los partidos y los candidatos se entrampan en altercados donde los argumentos son sustituidos por la denigración, o el ataque ad hominem, es decir, a la persona y no a sus propuestas.

¿Existe hoy alguna ideología en México que proponga un sistema de razonamiento de los problemas o un enfoque racional para su análisis? ¿Tienen los candidatos y partidos una visión de país que nos permita proyectarnos más allá del 2018? Nuestra lamentable realidad de hoy confirma las respuestas.


Fuente: Forbes México – Lee aquí el artículo original