Entre Miedos e Incertidumbre

 

Las emociones puestas en el candelero de las ciencias

Hablemos sobre las emociones en el comportamiento económico y social, específicamente sobre los miedos de hoy. Sin embargo, para hablar del miedo a la incertidumbre y ponderar su impacto en el análisis de mercados y de cambios sociales, es necesario, en primer lugar, ubicar el lugar que este miedo tiene en el mapa del comportamiento humano.

El miedo es una emoción; un impulso irracional, un sentimiento que nace de lo más profundo de nuestro ser, sin necesidad de que lo invoquemos o lo busquemos. Es un movimiento involuntario en la psique humana que influye en los procesos de decisión en la medida en que crezca y se fortalezca.

Uno de los legados culturales del siglo XX es la tendencia a infravalorar el papel de las emociones en la configuración social, política y económica en los países, como si acaso el ser humano fuese capaz de controlar todas sus emociones y sentimientos, para supuestamente actuar con la frialdad objetiva “de la razón” para diseñar sistemas perfectamente racionalizados.

En los últimos años, se ha expandido una tendencia a recuperar del olvido el sentido cognitivo de las emociones y su enorme potencial creativo en el diseño de instituciones, públicas y privadas. Me refiero de manera especial al modelo conocido como Behavioral economics studies, que se basa fundamentalmente en la observación, clasificación y análisis del comportamiento humano en los procesos decisorios.

La importante aportación de Daniel Kahneman

El miedo, como las demás emociones que aquejan al ser humano, ha sido revalorado como “dato” para el análisis del cambio social por los estudios del Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, quien en su libro Pensar rápido, pensar despacio (Debolsillo, 2014) sostiene una revolucionaria tesis según la cual los seres humanos tenemos dos ámbitos de atención a los que llama: “Sistema 1” y “Sistema 2”. El primero es rápido, intuitivo y emocional, mientras que el segundo es más lento, deliberativo y lógico.

El sistema 1 es el ámbito propio de las cosas que conocemos o experimentamos por hábito y repetición, y que no es necesario reflexionar en ellas cada vez que las enfrentamos o que nos topamos con ellas. Por ejemplo, abrir o cerrar una puerta, manejar determinado tipo de máquinas de uso sencillo, incluyendo el coche en el que circulamos por la ciudad. Los hábitos se aprenden no sólo mediante la razón o el aprendizaje de carácter lógico, sino que también se vinculan a emociones experimentadas en nuestra propia vida. En cambio, cuando detenemos nuestra atención para resolver un problema de mayor complejidad, nos trasladamos al ámbito cognitivo del Sistema 2, donde residen los conceptos, las ideas, los diálogos con nuestros pares.

Por mucho tiempo, el terreno del llamado Sistema 1 fue desatendido como fuente de información objetiva para calcular el gasto social o el consumo del público de determinados bienes y servicios. Los economistas, igual que los comerciantes, inversionistas, directivos y un buen número de políticos, estimaban sus cálculos de productividad y consumo solo a partir de un análisis de la elección racional del consumidor, siendo que, en realidad, el consumidor elige o decide en muchas ocasiones, más por emociones o hábitos vinculados a éstas que por un análisis de cálculo de consecuencias y ganancias. Esto ha llevado a muchos investigadores del cambio social a revalorar el papel que juegan las emociones en el consumo de bienes y servicios, e incluso de información y valoración de sus elecciones en todos los terrenos, incluyendo el moral y el político.

Por ello, se ha puesto de moda la tendencia a revalorar el papel de las emociones en el análisis económico y político, en los índices de medición del cambio social y en la formulación de otros indicadores necesarios para tomar, asumir y adoptar decisiones desde las cúpulas del poder organizacional, sea público o privado.

Razón y emoción,integralidad humana

En síntesis, los estudios de Kahneman nos ponen en evidencia que en el análisis del cambio y en la estimación de “futuros” debe considerarse que el ser humano no es ni será, por ahora, un robot, que tome sus decisiones como si fuera una máquina programada o autoprogramable, sino que es un ser inteligente y racional, pero esencialmente también emocional, que padece sus propias emociones: siente, sufre, anhela, desea, recela, ama, imagina, se avergüenza, se enoja y se compadece de sus semejantes. En suma, todos los seres humanos actuamos racionalmente y a la vez emocionalmente, por ello, incorporar el estudio de las emociones y su base neurocientífica, así como su influencia en los procesos decisorios, no sólo es algo viable sino del todo necesario para que los cálculos sobre el cambio y la dinámica social sean realmente objetivos o, por lo menos, tendencialmente objetivos.

La objetividad en el estudio de los mercados no radica en la reducción del objetivo de análisis a sólo sus aspectos cuantificables, como el de la razón del consumidor que calcula fríamente, sino que es necesario considerar el influjo emocional en el uso del cerebro humano.

Los oportunistas del miedo generalizado a la incertidumbre

La tendencia exagerada hacia criterios de objetividad nos ha llevado a despreciar esa realidad compleja del comportamiento humano. Precisamente por ello, como señala Edurne Portela en un análisis publicado en un periódico español, esa “tendencia a la objetividad exagerada” nos ha llevado a perder la capacidad de convivir con la incertidumbre, a no temerle y a saber que en ella hemos de tomar las principales decisiones de nuestra vida. Dicha escritora señala que, en buen número de elecciones en países occidentales y en procesos de consulta, como el Brexit, las decisiones están guiadas más por el miedo y la ignorancia que por la razón y la reflexión.

Según Portela, tenemos miedo a un futuro en el que la incertidumbre laboral parece ser la norma; miedo a llegar a la edad de jubilación sin el colchón económico que antes nos posibilitaba el Estado de bienestar; miedo a que todas las promesas de progreso resulten incumplidas. Y para evitar esas incertidumbres y sus padecimientos, no hay más remedio que “confiar” en líderes que reducen todo a esquemas simples como el “ellos” o el “nosotros”; es decir, los “ellos-culpables” (la burguesía, los partidos políticos, la ex clase política, los empresarios, las mafias, etcétera) y “nosotros-nosotros”, los nuevos buenos ciudadanos, los nuevos gobernantes.

Miedos y comportamientos excluyentes

Para evitar caer en esas redes conceptuales e ideológicas, es necesario que los ciudadanos, aquellos verdaderamente honestos, aprendan a convivir con la incertidumbre, aprendan a asumir sus emociones sin miedo a ellas o asumiéndolas como vivenciales, a saber, que ese ámbito de la ausencia de dominio total de la razón es parte de nuestra vida, hoy es norma, ahora es normal. Sólo así evitaremos caer presas de líderes mesiánicos que canten la salvación prometiendo eliminar la incertidumbre.

En el artículo de Carlos A. Cano, juez de Colombia, se invita a aprender a dialogar. Pero para ser dialéctico es necesario educarse y adquirir conocimientos al respecto. Pues como se cita, “para muchos de nosotros, la familia, la escuela, el ambiente, no han sido propiamente experiencias dialógicas; y quizá por esto valga la pena que nos preguntemos cuánto de autoritarismo, de intolerancia, de actitudes y comportamientos excluyentes llevamos nosotros a la escuela, a la familia, a la comunidad con la que trabajamos”. El miedo es como el aire, no siempre se ve, pero está hoy en todos lados. Es momento de afrontar y enfrentar cambios al interior de uno mismo, para empezar a cambiar lo social y lo económico, pero ¿en qué dirección?


Fuente: elsemanario.com | Ve el artículo original aquí